Época: Alejandro Magno
Inicio: Año 334 A. C.
Fin: Año 334 D.C.


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Comentario

Seguiremos para la narración de la batalla a Arriano, Plutarco, Quinto Curcio y Polieno, olvidando a Diodoro, cuya descripción ha sido rechazada por la práctica totalidad de los historiadores. Según Diodoro, Alejando llegó a la vista de los persas y acampó; al amanecer del día siguiente cruzó el río sin oposición, tras lo que las dos caballerías se enfrentaron en la llanura, y luego se produjo una segunda batalla entre las dos infanterías. La narración es tan estereotipada y choca tanto con el resto de las fuentes, que puede descartarse; tampoco es posible combinar su relato con el de Arriano y otros autores, según el cual Alejandro llegó frente al río Gránico por la tarde y decidió atacar sin perder más tiempo, forzando el paso mediante un ataque frontal. Verdaderamente, ésta es una de las acciones más arriesgadas e inciertas que podían llevarse a cabo, en la que el propio general en jefe macedonio, que ejemplarmente mandaba en primera línea, debía arriesgar su vida.
Aunque la topografía del terreno ha variado desde la Antigüedad -el Gránico ha cambiado su curso hacia el Este y ahora hay más vegetación- los trabajos de Hammond, entre otros, permiten una reconstrucción aproximada: un cauce poco profundo y vadeable, de menos de una decena de metros de anchura, discurriendo dentro de una amplia terraza fluvial de unos cuarenta metros de ancho, con la llanura a ambos lados y, a unos cientos de metros al este del Gránico, unas suaves lomas.

El ejército persa debía ocupar un frente de unos mil quinientos metros, esperando a Alejandro detrás del río, que tenía una ribera empinada y elevada hasta unos cinco metros por el lado persa. Por tanto, los asaltantes macedonios estarían en gran desventaja en el momento de vadear y chocar con los defensores, ordenados y en altura superior. Sin embargo, y por razones que desconocemos pero podemos suponer, los persas decidieron desaprovechar las ventajas defensivas de su posición al colocar su caballería en primera línea, a lo largo de la ribera del río. La falange griega mercenaria fue situada más atrás, en unas lomas que dominaban el campo de batalla. La disposición ideal hubiera sido la inversa: la falange era más adecuada para frenar y desorganizar la acometida inicial de los macedonios, que luego podrían haber sido rechazados en completo desorden sobre el río por un oportuno contraataque de la eficaz caballería persa.

¿Qué ocurrió? No se sabe y sólo cabe inferir que, quizá, los persas no se fiaban de sus propios mercenarios, pues Arriano y Diodoro narran (1,12,9 y 17,18,2) que el propio general griego Memnon de Rodas había aconsejado la retirada y una táctica de tierra quemada, dada la superioridad macedonia en infantería. Quizá infravaloraban a su rival y pretendían derrotarle sólo con fuerzas propias del reino. O quizá su confianza en el poder de la caballería en cualquier circunstancia era tal que consideraron preferible colocarla plantada sobre el río.

Finalmente, sí sólo había cinco mil hoplitas griegos, como hemos propuesto, puede que esta fuerza se considerase escasa para contener a Alejandro en la ribera, y se pensara que la caballería sola tendría más flexibilidad de acción. Si ésta fue, como creemos, la causa de la peculiar formación persa, la disposición sería lógica y, probablemente, la mejor en esas circunstancias. Si, por el contrario, fueron veinte (según informa Arriano) y no cinco mil los hoplitas, entonces fue un error.